Las Nuevas Revelaciones a Través de la Eucaristía

¿Es católico postrarse para adorar a Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía?

¿Es católico postrarse para adorar a

Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía?

 

1. LA ADORACIÓN:

¿Qué es adorar?

Acerca del significado de la palabra adorar podemos señalar que existen tres acepciones que se complementan y que sirven todas al mismo tiempo al propósito del presente ensayo.

Veamos:

a. Acepción etimológica:

El papa Benedicto XVI en su Homilía del viaje apostólico a Colonia, con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, pronunciada el 21 de agosto de 2005, hizo breves referencias al significado de la palabra adoración tanto en griego como en latín.

En el idioma griego adoración se dice: proskynesis, y el papa explica que significa el gesto de sumisión, el reconocimiento de Dios como nuestra verdadera medida, cuya norma aceptamos seguir. Significa que la libertad no quiere decir gozar de la vida sino orientarse a la verdad y el bien. En el diccionario griego, este mismo término se entiende como inclinar las rodillas hacia adelante, someterse, humillarse, postrarse. De tal manera que las palabras adorar y postrarse tienen en este idioma la misma raíz etimológica.

En el idioma latín, el término adorar proviene de ad-oratio que significa orar a, hablar con, conversar, pedir, rogar. Por tanto, en virtud de que la adoración se dirige exclusivamente a Dios, adorar consiste en orar a Dios, hablar con Dios, conversar con Dios, pedirle a Dios, rogarle a Dios.

El papa Benedicto XVI en su aludida Homilía afirma que se trata de la misma raíz latina de las palabras españolas “contacto boca a boca, beso, abrazo y por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace union, porque aquel al cual nos sometemos es Amor. Así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser.” De estas palabras del Santo Padre podemos inferir que cuando adoramos a Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada nos sometemos libremente a Él, como dándole un abrazo y un beso, y nos dejamos orientar por Él, quien es el Amor, para que nos lleve a ser verdaderos y buenos.

b. Acepción común:

En el lenguaje popular de nuestros pueblos hispano parlantes se entiende el término adorar en el sentido de amar en exceso. Es una especie de amor superior, sublime, excelso. Es un amor que está por encima de los demás amores. El primer mandamiento de la Ley de Dios es: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (cf. Deut. 6,5) Esto es adorar: amar a Dios por encima de todo otro amor. Es el primero y el más alto de todos los mandamientos.

c. Acepción católica:

El número 1378 del Catecismo de la Iglesia Católica establece que adorar es “… expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor.”

Asimismo el número 2096 del Catecismo dispone que “…Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como creador y salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso.” Y el número 2628 también del Catecismo manifiesta que la adoración es “la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador.”

Adorar es, entonces, orar con Dios, tener plena conciencia de estar frente a Él, hablarle, bendecirle, pedirle, agradecerle, rogarle, postrarnos ante Él, porque es nuestro más grande Amor, a quien debemos amar por encima de todas las cosas y personas, y a quien tenemos el deber de expresarle nuestra fe reconociéndole como lo que es: el único Dios verdadero, dueño y Señor de todo cuanto existe, y nuestro Creador; y nosotros, que somos sus criaturas y, por tanto hijos suyos, debemos agradecerle por habernos dado la existencia y por haber enviado a su Hijo unigénito para la salvación de todas las almas que quieran salvarse.

2. LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA:

a. ¿Qué es la Eucaristía?

La Eucaristía es la fuente, el culmen, y el centro vital de la misión de la Iglesia. Es el regalo del amor más grande: el de Nuestro Señor Jesucristo, quien nos invita a dar la vida por los amigos (cf. Jn, 15,13) como Él la dio íntegramente, hasta la última gota de su preciosa Sangre, para revelarnos el amor infinito de Dios por cada hombre. Jesús está presente realmente en la hostia consagrada. Incluso podríamos afirmar que Él es la santa Eucaristía, que Él es la Hostia consagrada. En la celebración eucarística, justo en el momento de la consagración, el infinito poder de Dios produce la transubstanciación (cf. Conc. Trento, sesión XIII, cap 8, can 2) al convertir la sustancia del pan en la verdadera carne de Cristo y el vino en la verdadera sangre de Cristo. Aunque persisten las apariencias del pan y del vino, esas especies ya no son más pan y vino: ahora son realmente el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo,
pues Él dijo: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”. Luego, acabada la cena, pasó el cáliz a sus discípulos diciendo: “Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”. A estas palabras Él dio un verdadero sentido de permanencia, manifestando la clara intención de su perpetuación en la Eucaristía. De esa manera Jesús cumple su promesa de estar con nosotros todos los días y hasta el final de los tiempos (cf. Mt 28,20).

En la Santa Eucaristía Jesús se hace Pan para la vida eterna y se inmola voluntariamente al Padre como víctima propiciatoria en el más sublime holocausto de amor para la redención de la humanidad, y a toda ella se entrega gratuitamente, sin acepción de personas, como verdadera comida y como verdadera bebida. Él es el Pan para la vida eterna, el Pan que sacia el hambre, el Vino que mitiga la sed, el manjar celestial para el hombre hambriento y sediento de amor, de verdad y de libertad.

b. Jesús en la Eucaristía:

En la Última Cena Jesús realiza un adelanto incruento, esto es, sin derramamiento de sangre, del sacrificio cruento que de Sí mismo hará al día siguiente en el Calvario, con su pasión y muerte dolorosísimas. Cumple así su promesa de convertirse en el Pan de Vida eterna (cf. Jn. 6,16-46).

Con la celebración eucarística el sacerdote ofrece al Padre la renovación incruenta del sacrificio de Jesús, como un revivir eterno en el seno de la Iglesia del cumplimiento de su mandato: “Hagan esto en memoria mía” (cf. Lc 22,19).

Con su presencia real en la Eucaristía, Dios cumple otra de sus promesas: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28,16-20). Es la Iglesia quien celebra el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, pero es Dios quien se ofrece como víctima ahora incruenta, en la perpetuación de su sacrificio en el Calvario. Por eso la Eucaristía, que en idioma griego significa agradecer, es la acción de gracias que realiza el pueblo de Dios por el sacrificio redentor de Cristo. Jesús se queda en lo que parece pan y vino pero ya no lo es más: ahora es Él quien está realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Hostia consagrada.

c. ¿Qué es la adoración eucarística?

El papa san Pío XII en un pequeño libro publicado en 1908, al cual denominó A la adoración nocturna española, escribió lo siguiente: “Todas  las devociones de la santa Iglesia son bellas, todas son santas, pero la más sublime, la más tierna y la más fructuosa es la adoración eucarística al Santísimo Sacramento.” Esto es la adoración eucarística: la más sublime devoción de la Iglesia Católica mediante la cual el alma humana reconociendo la divina presencia real de su Redentor en la Eucaristía, le profesa su testimonio de amor y de agradecimiento.

La Hostia consagrada es realmente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Todo el pan, y no parte de él, se transubstancia en su Cuerpo. Todo el vino, y no parte de él, se transubstancia en su Sangre. Es Cristo mismo. Ésta es la razón por la cual, desde los primeros tiempos, los fieles reciben la Eucaristía con una reverencia profunda, comulgando preferiblemente en la boca y de rodillas, y la Santa Reserva se guarda con el mayor decoro en el sagrario desde muy antiguo, devota costumbre de la cual ya deja testimonio el Sínodo de Verdún, desde el siglo VI.

La adoración eucarística es, por tanto, la manifestación litúrgica de la fe de la Iglesia Católica en la presencia real y substancial de Cristo bajo las apariencias del pan y el vino, que, como consecuencia de nuestro reconocimiento a su majestad divina, le rendimos culto de adoración no solo durante la celebración de la Santa Misa sino incluso fuera de ella.

d. La adoración eucarística es continuidad de la celebración eucarística:

La celebración litúrgica de la Santa Misa es tanto la oración como la adoración más grande e importante de la Iglesia Católica. En ella se conmemora el acto más sublime de amor que la tierra haya presenciado jamás. En el admirable misterio eucarístico Dios repite en forma incruenta su entrega absoluta por la salvación de la humanidad. Y en el sacramento eucarístico continúa amándonos con tal exceso que nos regala su Cuerpo y su Sangre hasta la consumación de los tiempos.

Ninguna otra actividad eclesiástica puede superar la hermosura de la liturgia eucarística en cuanto conmemoración del acto de amor más sublime y del más sublime ser: Dios mismo, que se queda con y por sus amados en la Hostia consagrada. La Reserva Eucarística se guarda en el sagrario o tabernáculo con el mayor respeto, “…presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad…” (cf. CEC n. 1378). De tal manera que, sin sacerdotes no hay Santa Misa, sin Santa Misa no hay Hostia consagrada, y sin Hostia consagrada no hay adoración eucarística. La adoración eucarística es continuación necesaria de la celebración eucarística.

En ciertas épocas de la historia algunos llegaron a pensar que la Eucaristía era solo para comerla y no para adorarla. Incluso alguna Iglesia oriental, como la Ortodoxa, por ejemplo, continúa pensando así. La Iglesia Católica desde sus primeros tiempos, consciente de la presencia real de Jesús en el Santísimo Sacramento, da la Hostia consagrada a sus fieles tanto para comerla como para adorarla. En este sentido, san Agustín escribe: “Nadie coma de esta carne sin antes adorarla… pecaríamos si no la adoráramos.” (“nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoraverit… peccemus non adorando”) (cf. citado en: n. 162 MD, y n. 66 SC). Nosotros, los católicos, comulgamos y adoramos a Nuestro Señor Jesucristo, presente realmente en la santa Eucaristía. Podemos afirmar que comemos a quien adoramos, y adoramos a quien comemos.

e. ¿A quién adoramos en la Eucaristía?

Adoramos a Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado, quien está real y substancialmente presente en la Hostia consagrada, en el Santísimo Sacramento del altar, bajo las apariencias de pan y vino. Él es la santa Eucaristía. Él es Dios verdadero y hombre verdadero, dos naturalezas unidas, sin confusión ni separación, en la unión hipostática de una sola Persona divina. Ahora bien, en su divinidad y junto con Él, que es Dios Hijo, adoramos también a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Dios es trino y uno, uno y trino, y conserva la unidad en sus tres divinas personas. Dios existe trinitariamente desde que Él existe, es decir, desde siempre. Dios Padre es el fundamento de la Unidad divina; Dios Hijo es el Logos, el Verbo, la Sabiduría de Dios; y Dios Espíritu Santo es la emanación del amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

En la Eucaristía adoramos, entonces, a Jesús, Dios Hijo, y, en su divinidad y con Él, adoramos a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Adoramos a Nuestro Señor Jesucristo como Dios Hijo, segunda divina Persona de la Santísima Trinidad; lo adoramos también como Jesús Sacramentado, real y substancialmente presente en el Santísimo Sacramento del altar; y lo adoramos igualmente como Jesús Crucificado y Resucitado, Dios verdadero y Hombre verdadero que en la cruz consuma el supremo divino sacrificio para la redención de la humanidad y la salvación de las almas.

A la santísima Virgen María no la adoramos porque Ella no es Dios, pero sí la veneramos. A Dios debemos adoración con culto de latría; a los ángeles y santos ofrendamos el culto de dulía; y a la santísima Virgen María, la Madre de Dios, Reina y Madre de toda la creación y, por tanto, superior a ángeles y santos, debemos el culto de hiperdulía. Ella es, según san Bernardo de Claraval, la mediadora de todas las gracias (“Maria mediatrix omnium gratiarum”) y, por eso, está siempre presente espiritualmente en la Eucaristía, al lado de Jesús, pues es inseparable de su santísimo Hijo. Al no haber habido intervención de varón alguno en la divina concepción de Jesús, es María quien da su cuerpo y su sangre a su Hijo. Así lo expresa el papa Pablo VI: “La Santísima Virgen María, de la que Cristo Señor tomó aquella carne, que en este Sacramento, bajo las especies del pan y el vino, se contiene, se ofrece, y se come…” (cf.CEMF, n. 8, párr. 12). Su vientre, eternamente virginal, es el primer sagrario de la tierra. Por tanto, podríamos decir que, en un cierto sentido, el Cuerpo y la Sangre de Jesús por Él derramada heroicamente en el calvario y por Él entregada voluntariamente en la Eucaristía para la salvación de las almas, es también el cuerpo y la sangre de María. En la adoración eucarística a Nuestra Santísima Madre no la adoramos pero sí la veneramos con culto de hiperdulía, porque está presente espiritualmente al lado de Jesús en la Eucaristía, así como estuvo a su lado y a sus pies en su crucifixión y muerte en la cruz. Por esto, cuando en la liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y la Sangre de Jesús, nos acercamos también a María, quien se adhirió totalmente al sacrificio de su Divino Hijo, y lo ofrendó a la naciente Iglesia.

f. ¿Por qué adoramos a Dios?

1. Porque a Dios le debemos todo, comenzando por nuestra propia existencia.
2. Porque nadie nos ama más que Él.
3. Porque Él nos creó a partir de la nada (ex nihilo) para adorarle.
4. Porque es el primero de todos los mandamientos: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas” (Deut. 6,5).
5. Porque a Él, y sólo a Él, debemos adoración: “Adorarás al Señor, tu Dios, y sólo a Él darás culto” (Lc. 4,8 y Deut. 6,13). Durante su ayuno en el desierto Jesús es tentado por Satanás, quien luego de mostrarle las riquezas del mundo, le dice a Jesús: “Todo esto te lo daré si te postras y me adoras (Lc. 4,7) y Jesús le replica: “Adorarás al Señor, tu Dios, y sólo a Él darás culto” (Lc. 4,8). De esta respuesta queda claro que Jesús le está diciendo a Satanás: Yo Soy tu Dios, Yo Soy el único Dios verdadero, y eres tú quien debe postrarse ante Mí. Y más adelante Jesús le replica: “No tentarás al Señor, tu Dios.” Por eso Satanás huye derrotado (cf. Lc. 4,12-13).
6. Porque es el más elemental e importante acto de justicia. Si la justicia la entiende el hombre como el dar a cada uno lo que le corresponde, ¿qué cosa no podrá corresponderle a Aquel que ha creado todas las cosas, y que al hombre le ha dado todo?
7. Porque con la adoración reconocemos a Dios como lo que es: como Dios, creador, salvador, santificador, dueño y Señor de todo cuanto existe.
8. Porque reconocemos nuestra pequeñez ante su Majestad infinita.
9. Porque nos rendimos, nos humillamos, y sometemos con amor nuestra mente y nuestro corazón a quien es más grande que nosotros.
10. Porque adorándolo Él nos orienta a la verdad, al bien y a la libertad.
11. Porque si no adoramos a Dios, terminaremos adorando ídolos: “El que no está conmigo, está contra mí” (Lc. 11,15; y Mt. 12,30).
12. Porque si lo adoramos en espíritu y en verdad, y en Él nos abandonamos, Dios nos transformará haciéndonos semejantes a Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29).
13. Porque la adoración a Dios libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado, y de la idolatría del mundo (cf. CEC n. 2097).

3. BREVÍSIMA RESEÑA HISTÓRICA:

Nuestro Señor Jesucristo anticipó en varios pasajes del Evangelio la entrega de su Carne para la vida eterna. Sin embargo, es en la Última Cena cuando la instituye como adelanto incruento de su holocausto de amor, y en su Pasión y Muerte la consuma con su Sacrificio cruento, dolorosísimo, derramando su preciosa Sangre. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, especialmente después de Pentecostés, los apóstoles tuvieron clara la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Al terminar cada celebración de la Fracción del pan hacían con sumo respeto y en forma privada la Reserva eucarística, aún no para su adoración sino para llevarla a los enfermos, a los presos, y a los perseguidos por causa de la fe. Célebre es el martirio del adolescente san Tarcisio, en Roma, quien en el año 275 entregó su vida para evitar la profanación del Cuerpo y la Sangre de Jesús en el Pan consagrado.

Desde las Constituciones apostólicas, alrededor del año 380, se previó el cuidado de la Reserva Eucarística en un lugar considerado sagrado -como en efecto lo es por la presencia divina- y, por eso lo denominaron sacrarium. Y ya, en el siglo VI, durante el Sínodo de Verdún, la Iglesia ordenó guardar la Eucaristía en un lugar especial, “eminente y
honesto, y, si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida”, como indicación de que Jesús Sacramentado está presente en ese lugar. Nacieron así los sagrarios o tabernáculos. En los primeros templos cristianos el Santísimo se mantenía en forma velada, es decir, oculto a la vista de los fieles, pero siglos más tarde, surge en el seno de la Iglesia la santa costumbre de Exponer al Santísimo a través de un cristal, (“in cristallo” o “pixides cristallum”), y así se configuran las sagradas Custodias para el culto de adoración eucarística. Desde estos tiempos existen signos claros de adoración prescritos en las antiguas liturgias como, por ejemplo, antes de la comunión Sancta santis (lo santo para los santos), los fieles realizaban inclinaciones y postraciones.

Por varios siglos dentro de numerosos Monasterios en la antigüedad y en la Edad media se conservó la adoración al Santísimo, y por la fe inquebrantable de estos monjes y por innumerables testimonios de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, se conservó la piadosa práctica del culto de adoración, en apologética respuesta de fe y devoción contra la incredulidad general y contra diversas herejías propias del siglo.

En el año de 1246 el obispo de Lieja, Bélgica, Roberto de Thourotte, instituye la fiesta del Corpus Christi, merced a los testimonios que ante él rindió santa Juliana de Lieja, abadesa del Monasterio de Mont-Cornillon, a quien en repetidas oportunidades desde 1208 se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, instándole a auspiciar en el seno de la Iglesia una fiesta litúrgica en honor al Santísimo Sacramento del altar. Luego, el cardenal legado para Alemania, Hugo de Saint-Cher, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Esto llama la atención del papa Urbano IV, quien por la alta estima en que tenía a santa Juliana de Lieja, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina a través de la bula Transiturus de hoc Mundu, el 11 de agosto de 1264. Para esta solemnidad el Santo Padre promovió un concurso para instaurar el Himno oficial de la Iglesia, el cual fue ganado por santo Tomás de Aquino, quien venció, entre otros, a san Buenaventura, con su inmortal Pange, lingua, de cuyo canto la más célebre estrofa es la última, denominada Tantum ergo, muy cantada en la actualidad, especialmente en las Exposiciones del Santísimo. Hubo fuerte oposición a la institución de esta fiesta sagrada. Sin embargo, y a pesar de ella, el Concilio de Vienne, en 1314, ratifica esta bula papal, y para el año 1324 la fiesta del Corpus Christi se celebra en todo la Iglesia. Como consecuencia de la institución de tan sacra fiesta litúrgica también se oficializó la celebración en ella de una Exposición ambulante del Santísimo, a la cual se le denominó procesión, y que inspiró a la formalización de otras procesiones eclesiásticas.

En el famoso Concilio de Trento, celebrado entre los años de 1545 y 1563 la Iglesia estableció que Nuestro Señor Jesucristo está “verdadera, real y substancialmente presente en el pan y el vino consagrados” (cf. n.3.f EM). En la celebración eucarística ocurre justo en el momento de la consagración la conversión de todo el pan y de todo el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y este sublime misterio divino, según el Concilio de Trento, se llama apropiadamente transubstanciación (cf. Conc Trento sesión XXIII, cap 8, can 2).

4. DOCUMENTOS RECIENTES DE LA IGLESIA CATÓLICA:

4.1. Carta Encíclica Mediator Dei:

Fue escrita por el papa Pío XII el 20 de noviembre de 1947. De su texto cabe resaltar el número 18 que establece que es deber fundamental del hombre orientar hacia Dios su persona y su propia vida. Por su parte, el número 161 afirma que el manjar eucarístico contiene verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, la sangre, junto con el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y, por ello la Iglesia desde sus principios lo ha adorado bajo la especie del pan, mandando a los ministros sagrados a que de rodillas, o con reverencias profundas, adoren al Santísimo Sacramento. El número 163 enseña que de la conservación de las sagradas especies para enfermos y los que estuviesen en peligro de muerte nació la laudable costumbre de adorar este celestial alimento reservado en los templos. Finalmente, el número 170, cuando habla de la bendición eucarística que debe dar el sacerdote al finalizar la adoración, anhela que los fieles seamos cada vez más numerosos y que llamados a los pies de Nuestro Salvador, escuchemos su dulcísima invitación:

“Venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré.” (cf. Mt. 11,28).

4.2 Constitución Conciliar Sacrosantum Concilium:

Es uno de los principales documentos que la Iglesia produjo en el año 1963, durante el Concilio Vaticano II. En honor a la verdad, poca importancia dan los miembros conciliares al culto de adoración eucarística pues centran más sus esfuerzos en el rito litúrgico de la celebración eucarística. En esta célebre Constitución los obispos exhortan a los fieles para que, con suma piedad, participen más activamente en la celebración del sacrosanto misterio eucarístico. Resaltan de él, a nuestros efectos, los números 2 y 7, en los cuales la Iglesia hace hincapié en la presencia real de Cristo en la liturgia eucarística. El número 9 invita a intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza. El papa Benedicto XVI, en su última audiencia al clero de Roma habló de esta Constitución sobre la Sagrada Liturgia, en cuya redacción él participó, dice estas palabras: “Creo que fue muy acertado comenzar por la liturgia. Así se manifiesta la primacía de Dios, la primacía de la adoración… su primer y sustancial acto fue hablar de Dios y abrir a todos, al pueblo santo por entero, a la adoración de Dios en la celebración común de la liturgia del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

4.3. Carta Encíclica Mysterium Fidei:

Corresponde al papado de san Pablo VI, quien lo escribió el 3 de septiembre de 1965. Su número 1 establece que el misterio de fe, el inefable don de la Eucaristía, lo recibió la Iglesia de Cristo, su Esposo, como prenda de su inmenso amor, y que ella lo ha guardado religiosamente como el tesoro más precioso. Añade más adelante este mismo número que el Misterio Eucarístico es el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia. Su número 3 recoge que la Eucaristía es el misterio de fe, y que en ella, citando al papa León XIII, se contienen con singular riqueza y variedad de milagros todas las realidades sobrenaturales. Por su parte, el número 7 ratifica que la Iglesia rinde culto latréutico al sacramento eucarístico no solo durante la Santa Misa sino también fuera de su celebración. El número 8 hace una exhortación a la feligresía a promover el culto de adoración eucarística, el Enmanuel, el Dios con nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles; y que la visita al Santísimo es señal de gratitud, signo de amor y deber de adoración.

4.4. Instrucción Eucharisticum Mysterium:

Escrita también por el papa san Pablo VI el 25 de mayo de 1967. En su número 3.e establece que la celebración eucarística en el sacrificio de la misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributa fuera de la misa. En el número 3.f afirma que los cristianos tributan a este santísimo sacramento el culto de latría que se debe al Dios verdadero, porque no debe dejar de ser adorado por el hecho de haber sido instituido por Cristo, el Señor, para ser comido, y que también en la reserva eucarística debe ser adorado. En su número 49 manifiesta que la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias tiene un sólido y firme fundamento: la fe en la presencia real del Señor que conduce naturalmente a la manifestación externa y púbica de dicha fe. El número 50 de esta Instrucción expresa que en la oración ante el Santísimo Sacramento los fieles debemos recordar que esta presencia deriva del sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual a la vez, que debemos agradecer el don de Dios, disfrutar de su trato íntimo, abrir el corazón, pedir, entre otras cosas, por la salvación del mundo, y aplicarnos con ardor a la veneración del Señor, según las condiciones del propio estado de vida. A los pastores les exhorta a preceder a los fieles con el ejemplo y a animarlos con las palabras. Asimismo previene a los pastores, en el número 51, que cuiden de mantener abiertos las iglesias y oratorios públicos durante bastantes horas de la mañana y de la tarde para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento.

4.5. Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa:

También pertenece al papado de san Pablo VI quien lo escribió en el año 1974. De este ritual cabe resaltar estas disposiciones: El número 80 se recuerda que la presencia de Cristo en el Sacramento proviene del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. En la adoración a la santa Eucaristía se participa más plenamente en el misterio pascual y se responde con agradecimiento, disfrutando del trato intimo con Cristo, abriéndole el corazón y rogando por la paz y por la salvación del mundo.

Con ello se aumenta la fe, la esperanza y la caridad. Invita a los fieles a venerar a Cristo e incita a los pastores a ir adelante con su ejemplo y a exhortarlos con sus palabras. En el número 90 se recomienda organizar la piadosa costumbre de la adoración perpetua o prolongada, y que ésta se realice con participación de toda la comunidad, con sagradas lecturas, cánticos, sagrado silencio, para fomentar la vida espiritual, practicando el culto al Sacramento de forma más noble. El número 95 anima a que se organicen preces, cantos y lecturas durante la exposición del Santísimo, así como a guardar silencio sagrado en momentos oportunos, todo para alcanzar una mayor estima del misterio eucarístico.

Especial importancia reviste para el tema que aquí proponemos la traducción al idioma español que del Tantum ergo, última estrofa del famoso himno litúrgico compuesto por santo Tomás de Aquino, el Panem, lingua, hace este Ritual en la página 81 de su publicación en la página web liturgiapapal.org. En esta página se evidencia que la frase en latín con que inicia esta última estrofa: “Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui…” es traducida al español por la Iglesia con estas palabras: “Adorad postrados este Sacramento…”

4.6. Exhortación Apostólica Dominicae Cenae:

El papa san Juan Pablo II escribe el 24 de febrero de 1980 una preciosa Carta sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, a la cual denomina Dominicae Cenae, (La Cena del Señor), dirigida a todos los Obispos de la Iglesia. Comienza diciendo en el número 2 que la institución de la Eucaristía es la principal y central razón de ser del Sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella.

Afirma que los sacerdotes son los responsables de la Eucaristía pues a ellos está encomendado el gran “Sacramento de nuestra fe”, para que den un particular testimonio de veneración. (Y nosotros nos preguntamos: ¿cuántos sacerdotes han olvidado dar este testimonio?) En el número 3 el Santo Padre expresa su deseo de que la adoración al Santísimo, enraizado ante todo en la celebración de la liturgia eucarística, debe llenar nuestros templos aún fuera del horario de la misa. Hace un llamado a la animación y el robustecimiento del culto eucarístico como una prueba de la auténtica renovación que se propuso el Concilio. La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en el Sacramento del amor. No puede escatimarse el tiempo para ir a adorarlo.

Debemos contemplarlo llenos de fe y abiertos a reparar los graves delitos del mundo. Y ruega que no cese nunca nuestra adoración. En el número 4 este preclaro papa afirma que así como “la Iglesia hace la Eucaristía”, así también “la Eucaristía construye la Iglesia”. Y en el número 13 concluye que la Eucaristía que es sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de amor no puede constituir punto de división ni fuente de disconformidad. Implora la unidad de la Iglesia y llama a evitar entristecer al Espíritu Santo. Finalmente pide que los obispos y sacerdotes hagan el máximo esfuerzo para lograr la unidad universal de la Iglesia de Cristo sobre la tierra, y expresa su ferviente deseo de que la Eucaristía se convierta cada vez más en fuente de vida y luz para la conciencia de todos nuestros hermanos, en todas las comunidades.

4.7. Catecismo de la Iglesia Católica:

Esta magistral obra recopiladora de la doctrina general y moral de la Iglesia, cuya iniciativa correspondió al papa san Juan Pablo II, recoge desde el número 1322 al 1419 normas relativas a la devoción y al culto eucarístico. De estas disposiciones consideramos relevantes para este ensayo cuatro números en particular, a saber: 1378, 1418, 2096, 2097 y 2628. Por esta consideración los transcribimos a continuación: 1378: “El culto de la Eucaristía: En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente, en señal de adoración al Señor. La Iglesia Católica ha dado y continúa dando este culto de adoración que se debe al Sacramento de la Eucaristía, no solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración, conservando con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión en medio de la alegría del pueblo.”

1418: “Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del altar es preciso honrarlo con culto de adoración. La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor, y un deber de adoración.”

2096: “La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como creador y salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor, tu Dios, y sólo a Él darás culto” dice Jesús en Lucas 4,8, citando al Deuteronomio en 6,13.”

2097: “Adorar a Dios es reconocer con respeto y sumisión absolutos la “nada” de la criatura que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que Él ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (Lc. 1, 46-49). La adoración al Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado, y de la idolatría del mundo.”

2628: “La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95,1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14,9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre (…) mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62,16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas”.

Como corolario de estas cinco disposiciones catequéticas podemos concluir lo siguiente: La Santa Iglesia Católica reconoce la presencia real de Cristo en la Eucaristía, invita a los fieles a expresarla de rodillas o con una inclinación profunda, y exhorta a la adoración eucarística durante y uera de la Misa (n. 1378). La presencia real de Cristo en el Sacramento se honra con culto de adoración visitando al Santísimo que es, al mismo tiempo, prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración (n. 1418).

La adoración como primer acto de la virtud de la religión es reconocer a Dios como El Todo, Amor infinito y misericordioso, a quien debemos adorar y rendir culto exclusivo de adoración (n. 2096). Cuando adoramos a Dios reconocemos con sumisión absoluta que somos la “nada”, como lo señala expresamente el Catecismo en su número 2097, y a Dios, que es el “Todo”, lo alabamos, lo exaltamos, y nos humillamos con gratitud como lo hizo María. Adorándolo, Dios libera al hombre de la soberbia, del pecado y de las idolatrías (n. 2097) Al adorar a Dios nosotros, que somos sus criaturas, lo reconocemos con humildad como nuestro Creador, ante Él humillamos el espíritu, y Él da seguridad a nuestras súplicas (n. 2628).

4.8. Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis:

El actual papa emérito Benedicto XVI escribió el 22 de febrero de 2007 una preciosa exhortación apostólica a la cual denominó, en clarísima alusión a la Eucaristía, Sacramentum Caritatis, el Sacramento del Amor. De ella es resaltable, en primer lugar, su número 1, en el cual el Santo Padre reconoce que la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre, pues en ella manifiesta el amor más grande, aquel que impulsa a dar la vida por los amigos. En el número 35 plasma admirablemente la belleza de la liturgia eucarística, en la cual resplandece el Misterio pascual de Cristo quien nos atrae hacia sí y nos llama a la comunión en el amor, signo de la belleza y la armonía del cosmos por Él creado.

La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción litúrgica, sino un elemento constitutivo de ella como atributo de Dios mismo y de su revelación. En el número 65 el Papa se refiere al crecimiento entre los fieles del sentido del misterio de Dios presente entre nosotros, que se comprueba con manifestaciones específicas de veneración de la Eucaristía, y le da importancia a los gestos y a la postura, como arrodillarse, durante los momentos principales de la plegaria eucarística, como expresión consciente de encontrarse en toda celebración ante la majestad infinita de Dios, que llega a nosotros de manera humilde en los signos sacramentales. El número 66 resalta la adoración eucarística como continuación obvia de la celebración eucarística, la cual es en sí misma el acto más grande de adoración de la Iglesia.

Recibir la Eucaristía significa adorar al que recibimos, nos hacemos una sola cosa con Él, y gustamos anticipadamente la belleza de la liturgia celestial. La adoración fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica. El encuentro personal con El Señor debe hacer madurar la misión social contenida en la Eucaristía, que quiere romper las barreras entre Él y nosotros, y las barreras que nos separan a los unos de los otros. En el número 67 el Santo Padre recomienda ardientemente la práctica de la adoración eucarística, tanto personal como comunitaria. Invita a una catequesis adecuada sobre este acto de culto, especialmente a los niños que se preparan para la Primera Comunión, para la toma de conciencia sobre la belleza de estar con Jesús y el asombro por su presencia en la Eucaristía. Y, en el número 68, proclama que la relación personal con Jesús conlleva al sentido de pertenencia al Cuerpo de Cristo. Invita a los fieles que encuentren tiempo para estar en oración ante el Sacramento del altar, y pide a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración comunitaria. Establece que conservan todo su valor las formas de devoción eucarística ya existentes, y piensa en prácticas tradicionales, permitiendo otras iniciativas análogas que, debidamente actualizadas y adaptadas a las diversas circunstancias, merecen ser cultivadas también hoy. Cuando leemos estas palabras del papa Benedicto XVI no podemos pensar en otra cosa que en la devoción de la adoración eucarística de las seis postraciones, como otra iniciativa análoga que merece ser cultivada hoy, y cuya práctica generalizada estamos rogando sea aprobada oficialmente por las competentes autoridades eclesiásticas.

4.9. Discurso del papa Benedicto XVI en Colonia, en la vigilia con los jóvenes, el día 20 de agosto de 2005:

Mención especial, aunque no se trate de un documento, merece este célebre discurso papal pronunciado con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud. En él, y en varios de sus pasajes, con fundamento en la cita bíblica de Mateo 2,11, el papa Benedicto XVI reconoce que los Reyes Magos llegaron hasta Belén para adorar postrados al Niño Jesús. Veamos algunos pasajes de este discurso: “Se habían puesto en camino para encontrar a este Rey; en lo más hondo de su ser buscaban el derecho, la justicia que debía venir de Dios, y querían servir a ese Rey, postrarse a sus pies, y así servir también ellos a la renovación del mundo…”; más adelante leemos: “No obstante ahora se postran ante una criatura de gente pobre, y pronto se enterarán de que Herodes, -el rey al que habían acudido-, le acechaba con su poder…”; asimismo encontramos en este discurso: “El nuevo Rey ante el que se postraron en adoración era muy diferente de lo que se esperaban…”; “Aquí comenzó su camino interior. Comenzó en el mismo momento en que se postraron ante este Niño y lo reconocieron como el Rey prometido…”;

“Por tanto, es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Los Magos de Oriente lo encontraron cuando se postraron ante el niño de Belén. ‘Quien me ha visto a mí ha visto al Padre’, dijo Jesús a Felipe (Jn. 14,9)…”; y continúa Benedicto XVI en su célebre discurso: “Esto significa que no nos construimos un Dios privado, un Jesús privado, sino que creemos y nos postramos ante el Jesús que nos muestran las Sagradas Escrituras…”; “… ‘Entraron en la casa, vieron al niño con María, y cayendo de rodillas lo adoraron’ (Mt. 2,11). Queridos amigos, esto no es una historia lejana, de hace mucho tiempo. Es una presencia. Aquí, en la Hostia consagrada, Él está ante nosotros y entre nosotros… Está presente como en Belén. Y nos invita a la peregrinación interior que se llama adoración. Pongámonos ahora en camino para esta peregrinación…”

5. LA POSTRACIÓN COMO POSTURA CORPORAL EN LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA:

Consideramos que para adorar a Dios es válida toda postura corporal que el adorador desee libremente adoptar, siempre y cuando guarde el decoro, el respeto, el amor, la piedad y, fundamentalmente, el agradecimiento que debemos sentir hacia Aquel que es el Todo, el que nos ha dado todo, y el que nos ama hasta el extremo de dar su vida por nosotros. Por tanto, estimamos que estar de pie o sentados, ponerse de rodillas, hacer la genuflexión, con las palmas de las manos unidas, con los brazos levantados al Cielo o extendidos hacia adelante, postrados rostro en tierra, o postrados acostados boca abajo, son todas posiciones corporales idóneas para adorar a Dios, siempre que se practiquen con el honor necesario hacia el autor de la vida. Asimismo pensamos que más que la posición física, a Dios le agrada la disposición espiritual del hombre en el momento de adorarlo. A Dios tenemos que adorarlo en espíritu y en verdad, con un corazón humillado, arrepentido por los pecados cometidos, pues un corazón contrito y humillado, Él no lo desprecia (cf. Sal 51,19). Es el respeto y la sumisión absolutos a los cuales se refiere el número 2097 del Catecismo de la Iglesia Católica. Sin embargo, nosotros practicamos, y recomendamos, la postura corporal de la postración rostro en tierra porque testimoniamos que motiva la humilde toma de conciencia en el hombre de su necesidad profunda e íntima de adorar al Dios único y verdadero.

Muchos sacerdotes dan idéntico testimonio e, incluso, algunos aseguran haber aumentado su fe eucarística después de haber adorado postrados rostro en tierra o postrados acostados a Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada. Nuestra sencilla opinión es que a Dios le adoramos con todo nuestro ser, con las palabras, con el silencio, con cánticos, y también con gestos corporales que pudieran manifestar, -si son auténticos-, deseos de comunión íntima con Dios. Dentro de las posiciones corporales creemos que la postración es la expresión por excelencia de adoración como gesto de humildad ante el Misterio eucarístico. Sería deseable, mas no es imperativa, la unidad de los fieles en cuanto a darle preeminencia a esta postura corporal de postración en la adoración eucarística pública y comunitaria, como evidencia de reconocimiento valiente de la fe católica en la presencia real de Jesucristo en la Hostia consagrada. En la Audiencia General del 11 de mayo de 2011 el papa Benedicto XVI afirma que “la dinámica de orar de rodillas significa postrarse declarando nuestro límite y manifestando nuestra necesidad de Dios en el cual alcanzamos la verdadera felicidad.” (cf. Aud Gen 11-V-11).

6. LAS POSTRACIONES EN LA BIBLIA:

Numerosos son los pasajes bíblicos que se refieren a postrarse, poner el rostro en tierra, caer de rodillas, arrodillarse, humillarse, reverenciar, hacer una reverencia profunda, una inclinación profunda, una inclinación reverente, u otras frases similares, como expresión lingüística de la posición corporal que denota el reconocimiento humilde de la pequeñez del hombre ante la majestad infinita de Dios. En este ensayo hemos recopilado una lista de 174 citas de las Sagradas Escrituras sobre las postraciones, la cual presentamos como testimonio bíblico irrefutable del claro reconocimiento que hace la Palabra de Dios por este gesto público corporal de adoración al único Dios verdadero.

Veamos:

ANTIGUO TESTAMENTO:
GÉNESIS: 13,3; 17,17; 18,2; 19,1; 22,5; 24,26; 24,52; 24,6; 24,48;
24,86; 48,13.
ÉXODO: 4,31; 24,1; 33,10; 34,8.
LEVÍTICO: 9,24.
NÚMEROS: 14,5; 16,22; 16,4; 17,10; 20,6; 22,31, 24,4; 24,16.
DEUTERONOMIO: 9,18; 9,25; 26,10; 33,3.
JOSUÉ: 5,14; 7,6; 7,10.
JUECES: 7,15; 13,20.
1 SAMUEL: 1,3; 1,19; 1,28; 2,17; 5,4; 15,25; 15,31; 20,41; 24,8;
25,23; 28,14.
2 SAMUEL: 12,16; 12,20; 15,32.
1 REYES: 18,42

2 REYES: 1,36; 17,36; 18,39.
1 CRÓNICAS: 16,29; 21,16; 29,20.
2 CRÓNICAS: 7,3; 16,29; 20,18; 29,29, 33,33.
ESDRAS: 10,1.
NEHEMÍAS: 8,6; 9,3; 9,6.
JUDITH: 6,18.
2 MACABEOS: 3,12; 10,26.
JOB: 1,20; 16,15.
SALMOS: 4,55; 5,7; 5,9; 22,27; 22,29; 29,2; 66,4; 72,11; 86,9; 95,6;
96,9; 97,7; 116,6; 132,7; 138,2.
ECLESIÁSTICO: 50,17; 50,21.
ISAÍAS: 27,13; 36,7; 45,23; 49,7; 60,14; 66,23.
JEREMÍAS: 7,2; 26,2.
EZEQUIEL: 1,28; 9,8; 46,2; 46,3.
DANIEL: 8,17.
MIQUEAS: 6,6.
SOFONÍAS: 1,5; 2,11; 3,10.
ZACARÍAS: 14,6; 14,17

NUEVO TESTAMENTO:
MATEO: 2,2; 2,8; 2,11; 4,10; 8,2; 9,18; 13,12; 14,33; 15,22; 17,6;
18,26; 20,20; 26,39; 28,9; 28,17.
MARCOS: 1,40; 5,6; 5,22; 5,33; 7,25; 10,17; 14,35.
LUCAS: 4,8; 5,8; 5,12; 7,28; 8,32; 8,41; 8,47; 17,16; 18,13; 22,41;
24,5; 24,52.
JUAN: 4,10; 4,20; 4,24; 9,24; 9,38; 11,3.
HECHOS: 8,7; 9,4; 9,27; 16,14; 17,23.
ROMANOS: 12,1; 14,11.
1 CORINTIOS: 1,45; 14,25; 29,20.
EFESIOS: 3,14.
FILIPENSES: 2,10.
HEBREOS: 1,6; 9,9; 11,21.
SANTIAGO: 4,10.
1 PEDRO: 5,6.
APOCALIPSIS: 1,17; 3,9; 4,10; 5,8; 5,14; 7,11; 11,16; 14,7; 15,4;
19,4; 19,10; 19,14, 22,8.

7. LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE LAS SEIS POSTRACIONES PROVIENE DE UNA REVELACIÓN PRIVADA:

Esta devoción en cuanto a la forma de la posición corporal de postrarse rostro en tierra, que no es obligatoria pero sí recomendable, para practicar la adoración eucarística procede de una revelación privada. Su origen inmediato se encuentra en una revelación privada que la Santísima Virgen María hizo en febrero de 2014 a una inmigrante vietnamita en los Estados Unidos de América, cuyo nombre es Lucia Phan, mujer humilde, pobre, de profunda oración, y de una vida totalmente entregada a la Santa Iglesia Católica. Y un abogado venezolano, pecador, en el nada fácil camino a la conversión, quien hoy escribe estas lineas, recibió de la Virgen María el día 5 de julio de 2017, en la ciudad de Houston, Texas, Estados Unidos, a través de la misma Lucia Phan, el encargo de dar a conocer esta forma de adoración eucarística, primero en Venezuela, y después en otros países, para la liberación espiritual de nuestros pueblos.

Conforme a lo establecido en el número 67 del Catecismo de la Iglesia Católica algunas revelaciones privadas han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia, aún cuando no pertenecen al depósito de la fe. Para que una revelación privada sea reconocida como tal debe partir del principio de que no puede mejorar ni completar la única Revelación pública y definitiva, que es la de Cristo, y fuera de la cual no habrá otra.

La revelación privada de la adoración eucarística de las seis postraciones (The Six Kowtows, en inglés) solo persigue ayudar a vivir más plenamente la Revelación definitiva y pública de Nuestro Señor Jesucristo en esta época de la historia tan convulsionada, de tanta confusión espiritual, y en la cual a la humanidad le cuesta tanto reconocer su presencia real, viva, amorosa y substancial en la santa Eucaristía. No es una revelación privada que desee venir a imponer elementos nuevos en la fe católica, ni tiene la pretensión de cambiar una sola letra de la Revelación de Cristo que es perfecta, santa, completa e inmejorable. Se trata de un regalo de la Madre de Dios apoyado en la antiquísima práctica propia de la tradición judeocristiana de postrarse ante la presencia real de Dios. Esta devoción cuenta, como hemos apuntado anteriormente, con vasto fundamento bíblico, y tiene como propósito el crecimiento de la fe en el clero y la feligresía, la liberación espiritual de todos los pueblos, la paz del mundo, la invitación a la conversión de los pecadores, y la salvación de muchas almas.

8. LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE LAS POSTRACIONES:

¿CONTINUIDAD DEL MENSAJE DE FÁTIMA?

Un ejemplo de revelación privada oficialmente aprobada por la Iglesia lo constituye el caso de las apariciones de la Santísima Virgen María en Fátima, Portugal. En los archivos del Vaticano reposa el testimonio de la hermana Lucia Dos Santos, una de los tres pastorcitos a los cuales se les apareció seis veces la Santísima Madre de Dios, en el año de 1917. Ella relata que antes de los encuentros con la Virgen, un ángel se les apareció tres veces. En la primera aparición del ángel, ellos vieron una figura “con la apariencia de un joven de catorce o quince años, más blanco que la nieve, que con el sol se volvió transparente como si fuera de cristal y de gran belleza… él dijo: ¡No temas! Soy el ángel de la paz. Reza conmigo. Y arrodillado en la tierra, inclinó la frente hacia el suelo. Impulsados por un movimiento sobrenatural lo imitamos y repetimos las palabras que le oímos pronunciar: “Dios mío, yo creo en ti, te adoro, te espero y te amo. Te pido perdón por todos aquellos que no creen en ti, no te adoran, no te esperan y no te aman.” Habiendo repetido esa oración tres veces, se levantó nuevamente y nos dijo:

“Oren de esta manera. Los corazones de Jesús y María están atentos a la voz de sus súplicas.” Y desapareció…”

Sobre la tercera aparición del ángel, la hermana Lucia Dos Santos testimonia lo siguiente: “…volvimos a ver al Ángel que tenía en su mano izquierda un cáliz sobre el que estaba suspendida una Hostia, de la que cayeron unas gotas de sangre en el cáliz. Dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró a la tierra, cerca de los niños…mientras le daba la preciosa sangre del cáliz a Francisco y Jacinta, dijo: ‘Come y bebe del Cuerpo y la Sangre de  Jesucristo, horriblemente indignado por hombres desagradecidos. Repara sus crímenes y consuela a tu Dios. Luego, postrándose en el suelo, repitió con los niños la misma oración…”

9. ¿CÓMO SE PRACTICA LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE LAS SEIS POSTRACIONES?

Esta devoción consiste solo en una forma diferente de adorar a Nuestro Señor Jesucristo en la Santa Eucaristía, pero no nueva, pues, como lo hemos señalado en otro lugar, la postura corporal de postrarse es antiquísima ya que proviene de la milenaria tradición judeocristiana, y tiene vasto fundamento bíblico tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

Se comienza con una postura corporal de mucho respeto y decoro ante el Santísimo Sacramento del altar, para acompañar a Jesús, a quien hemos abandonado en casi todos los sagrarios del mundo. Nosotros practicamos y recomendamos la posición de postración rostro en tierra, pero no es obligatoria. Los adoradores pueden adoptar otra postura física con humildad y verdadero amor, pero siempre será necesaria la postración espiritual, pues un corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia (cf. Sal 51,19). Hacemos la señal de la santa cruz e invocamos al Espíritu Santo, rezando también alguna oración católica como el Credo, el Padrenuestro, el Avemaría, u otra semejante y, de ser posible, entonamos algún cántico de adoración eucarística. En este momento ponemos a los pies de Nuestro Señor Jesucristo nuestras intenciones personales, familiares, eclesiásticas y espirituales, a las cuales debemos sumar la necesaria bendición, el agradecimiento, la ofrenda de reparación y desagravio, la alabanza, el amor y la adoración a Dios. También incluimos la petición por la Santa Iglesia Católica, especialmente por el papa, los obispos, y los sacerdotes, hijos amados de Dios. La Santísima Virgen también ha recomendado dos intenciones especiales:

1. La paz del mundo y que, para alcanzarla, Dios toque los corazones de los gobernantes de todos los países; y

2. La liberación espiritual, la conversión de los pecadores, la reconciliación de sus hijos, y la salvación de todas las almas. Este acto de adoración consta de seis oraciones principales, en este orden: 1. Dios Padre; 2. Dios Hijo; 3. Dios Espíritu Santo; 4. Santísimo Sacramento del altar; 5. Cinco santas llagas de Jesús; y 6. Inmaculado corazón de María y su triunfo. Las cinco primeras oraciones son de adoración y la última es de veneración. Por tratarse de una adoración preferentemente comunitaria, en cada postración las personas presentes van turnándose para rezar en voz alta, de forma libre y espontánea, sus oraciones en adoración a Dios, o en veneración a la Virgen, en forma de diálogo confidente, humilde, respetuoso y amoroso, tratando en lo posible de encontrar apoyo bíblico o teológico, pero en palabras muy sencillas.

También en algunas ocasiones practicamos la adoración en silencio e individual. Solo durante las oraciones de cada postración recomendamos colocar nuestro rostro en tierra. Se aconseja que cada una de estas oraciones sea de un máximo de cinco minutos y que, al finalizar cada una, se repitan las palabras del Ángel de la paz a los pastorcitos de Fátima: “Dios mío yo creo, te adoro, te espero y te amo. Te pido perdón por aquellos que no creen, no te adoran, no te esperan, y no te aman.” Inmediatamente pedimos a Dios por las vocaciones religiosas con estas palabras: “Y te ruego por el papa y los obispos, y por el aumento, la perseverancia, y la santificación del papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas, los religiosos, y los seminaristas.” Finalizamos la oración de cada postración con la frase de san Luis Grignon de Monfort, de la cual hizo su lema pontificio el papa san Juan Pablo II: “Totus tuus” o, simplemente: “Todo tuyo.”

10. ¿ES CATÓLICA LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE LAS SEIS POSTRACIONES?

Algunas personas han puesto objeciones a la adoración eucarística de las seis postraciones porque la posición corporal de rostro en tierra que adoptamos y recomendamos es similar a la postración practicada por devotos de otras religiones, especialmente la musulmana. Otros inquieren si somos cristianos no católicos, o de la Nueva Era, o de alguna secta extraña. Y, por ello, de buena fe nos han preguntado: ¿es católica esta adoración eucarística?, ¿es católica la postración rostro en tierra? Ante tal incertidumbre, hacemos las siguientes observaciones:

a. La postración rostro en tierra pertenece a la tradición judeocristiana, en cuyo seno se practica desde tiempos inmemoriales. Así lo testimonian las Sagradas Escrituras. Por ejemplo, en el capítulo 17 del Libro del Génesis consta que Abraham se postró rostro en tierra al percatarse de la presencia de Dios. Los historiadores estiman que Abraham vivió alrededor de unos 4.000 años atrás.

b. En la Santa Biblia existen unos 174 pasajes que hacen referencias directas a la postración rostro en tierra ante la presencia de Dios. Y existen otros pasajes más en ella, pero por tratarse de postraciones ante hombres, no las hemos tomado en cuenta para los fines de este ensayo.

c. Los musulmanes tomaron la postración rostro en tierra de la tradición judeocristiana, y empezaron a practicarla desde la fundación del Islamismo por Mahoma, acaecida en el año 630 después de la venida de Nuestro Señor Jesucristo a la tierra. Esto significa que comenzaron a practicarla varios siglos después de los judíos y los cristianos. Una radical nota de la postración musulmana es que ellos la practican a determinadas horas del día, en cualquier lugar donde se encuentren y orientándose en dirección a La Meca; mientras que los católicos nos postramos en nuestras iglesias o capillas de adoración, en las procesiones, en las minervas, en las Exposiciones del Santísimo, y siempre solo a los pies de Jesús Sacramentado. Esto lo hacemos así porque el único Dios verdadero está presente físicamente; real, vivo, amoroso, en la santa Eucaristía por la celebración litúrgica católica. Los musulmanes no lo saben. Otras religiones y sectas no lo saben. El mundo no lo sabe. Nosotros sí. Por tanto, es nuestro deber ineludible e impostergable proclamárselos e invitarlos a venir a la santa Iglesia Católica, única religión de la tierra instituida por Dios mismo. Así nos lo recuerda el Concilio Vaticano II al afirmar en el número 16 de la Constitución dogmática Lumen gentium que: “…el designio de salvación abarca también a los que reconocen al Creador, entre los cuales están en primer lugar los musulmanes, que, confesando adherirse a la fe de Abraham, adoran con nosotros a un Dios único, misericordioso, que juzgará a los hombres en el día postrero.”

d. En la adoración eucarística de las seis postraciones adoramos a Jesús Sacramentado, cuya presencia real y substancial ha sido reconocida por la Santa Iglesia Católica desde sus primeros tiempos. Adoramos solo a Dios. Lo adoramos en su presencia eucarística. En Jesús, Dios Hijo, con Él, en Él, y en su divinidad trinitaria, adoramos a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Adoramos postrados a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar. Adoramos a Jesús crucificado, porque en la cruz consumó el supremo sacrificio cruento para la salvación de nuestras almas. Adoramos a Jesús resucitado para la salvación nuestra y de las almas. Y veneramos, con culto de hiperdulía, al Inmaculado Corazón de nuestra Santísima Madre, la Virgen María, quien está espiritual e inseparablemente unida a Jesús en la Eucaristía, así como lo estuvo en su crucifixión y muerte.

e. Por lo sencillo del lenguaje piadoso y por la humildad de la adoración, algunas personas han dicho que esta forma de adoración eucarística es una simple devoción pietista con escaso o nulo fundamento teológico. Sin embargo, el fundamento primero del culto eucarístico es la divina presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Hostia consagrada. En ella está Jesús, Dios y hombre verdadero, quien merece nuestra adoración y la suscita por medio del Espíritu Santo. ¿Hace falta otro fundamento teológico? Entonces, no está fundamentada en un puro sentimiento ni en un sentimentalismo piadoso, sino en la fe. La adoración eucarística se fundamenta exclusivamente en la fe, en el Mysterium fidei que complementa el defecto de los sentidos (“praestet fides supplementum sensuum defectui…” Santo Tomás de Aquino en: Pange, lingua)

f. Como adoramos a Jesús en el Santísimo Sacramento del altar, vamos al lugar donde Él está: a la iglesia católica para postrarnos ante su real presencia en los sagrarios o en las custodias, cuando Nuestro Señor Jesucristo está sacramentalmente expuesto, o camina jubiloso con su pueblo en procesión.

g. Solo en caso de imposibilidad de asistir a la Iglesia católica para realizar la adoración, como ocurre con la actual pandemia del coronavirus, recomendamos que se haga en nuestros hogares. En estos casos aconsejamos que se haga frente a una imagen católica, bendecida por un sacerdote, y que los adoradores necesariamente recordemos que no adoramos imágenes, sino que solo adoramos a Dios, que en ese momento está tan solo representado por esa imagen.

h. En todo caso de promoción e invitación en una parroquia para la realización de la adoración nos dirigimos a las autoridades parroquiales competentes y, en caso de ser posible, también visitamos al Ordinario del lugar, a objeto de pedir el necesario permiso, y sometiéndonos siempre a su decisión. En los lugares donde el señor Obispo o el cura párroco no autorizan, no realizamos esta forma de adoración comunitaria. Cuando lo permiten, estamos sujetos a sus instrucciones y procuramos, en la medida de lo posible, hacer coincidir las postraciones con los jueves eucarísticos, la hora santa, las procesiones, las minervas, las vigilias eucarísticas u otras actividades de adoración a
Jesús Sacramentado. Generalmente solicitamos al párroco que nos permita una hora a la semana para realizar esta adoración, incluso si la parroquia tiene capilla de adoración perpetua.

i. Comenzamos siempre haciéndonos la señal de la santa cruz, rezamos las oraciones católicas, cantamos las canciones católicas, observamos el mayor decoro por respeto y amor a Nuestro Señor, evangelizamos acerca de la presencia real de Jesús en el Sacramento, invitamos a la Confesión, a la Santa Misa, a la Comunión y a la frecuencia de los sacramentos. En fin, invitamos a todos los que quieren escucharnos a convertirse, a arrepentirse, a volver a los brazos del Padre y pedirle perdón. En cada parroquia nos ofrecemos para colaborar en la manera que más lo necesite la autoridad parroquial.

j. Damos mayor importancia a la celebración eucarística que a la adoración, porque ésta es continuidad necesaria de aquella.

k. Entonamos cánticos católicos apropiados para la adoración eucarística, por recomendación contenida en los números 90 y 95 del Ritual de la sagrada comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la misa. En efecto, estos números del Ritual exhortan a acompañar con cantos sagrados, para practicar el culto al Sacramento de forma más noble, y para fomentar la vida espiritual.

l. La postración en tierra es la postura corporal que manda la Santa Iglesia en algunos momentos de los ritos litúrgicos de la Ordenación sacramental de los diáconos, sacerdotes y obispos (cf. n. 127 del Rito de la ordenación de Presbíteros) m. La postración en tierra está recomendada para todos los sacerdotes celebrantes en el mundo entero al inicio de la liturgia del Viernes Santo.

n. Tenemos muchos ejemplos de santos, tanto antiguos como modernos, que nos legaron testimonio de hacer oración postrados en el suelo. Son famosos los episodios de la vida de santo Tomás de Aquino quien, en su comunidad dominica, era “el primero en levantarse por la noche, e iba a postrarse ante el Santísimo Sacramento… su devoción predilecta.” Otros famosos santos que se postraban en la oración y en la adoración lo fueron san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, santa Margarita María de Alacoque, san Pablo de la Cruz, el santo Cura de Ars, san Antonio María Claret, san Pascual Bailón, santa Margarita de Hungría, san Juan de Dios, san Josemaría Escrivá, san Juan Pablo II, y santa Teresa de Calcuta, por solo poner algunos ejemplos. Cabe recordar aquí la oración que hizo recientemente el papa Francisco postrado ante el Santísimo Sacramento del altar, la cual fue transmitida en vivo al mundo entero.

o. Del mismo modo, son innumerables las instituciones de nuestra Santa Iglesia Católica donde se practican postraciones, tanto en algunos momentos diarios como un medio ordinario de hacer oración, así como también en otros momentos solemnes de las vidas de dichas Instituciones. De los primeros, podemos citar como ejemplo a los fieles de la Prelatura católica llamada Opus Dei, quienes se postran a besar el suelo al menos en dos momentos del día; y, de los segundos, podemos señalar que las normas de muchas Órdenes y Congregaciones religiosas establecen que sus miembros deben postrarse con el rostro en tierra para la imposición del hábito religioso, para la profesión de votos, para recibir algunas bendiciones solemnes de sus Superiores, y también como una forma extraordinaria de penitencia.

p. Y, finalmente, dejamos plasmada la imagen de que la postración rostro en tierra fue la posición corporal adoptada por Nuestro Señor Jesucristo durante su oración en el Huerto de los Olivos o Huerto de Getsemaní, la noche en que allí fue apresado después de la Última Cena. De esto hay evidente prueba en dos citas bíblicas: 1. “…y adelantándoseles un poco cayó rostro en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora…” (Mc. 14,35); y 2. “Fue un poco más adelante y, postrándose hasta tocar la tierra con su cara, oró así: “Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mt. 26,39). Entonces, nos preguntamos: ¿cómo puede ser no católica la posición que el mismo Dios Hijo adopta para dirigirse a Dios Padre? Como corolario de este punto podemos concluir que la adoración eucarística de las postraciones en nada contradice la doctrina de la fe católica, como lo han afirmado algunos Obispos y sacerdotes. Algunas personas me han preguntado: “¿Por qué te postras?” Y mi respuesta siempre es: “En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, mi Dios y Señor. ¿Por qué no me puedo postrar para adorarlo?”. Acaso, en palabras de San Agustín, “¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?” (n. 2 SC).

11. FRUTOS ESPIRITUALES DESEABLES:
a. Frutos personales: La Santa Iglesia reconoce en líneas generales que la adoración eucarística produce en los adoradores del Santísimo cinco grandes frutos espirituales:

1. Santificación: como efecto de pasar buen tiempo a los pies de Jesús Sacramentado, el alma siente tal necesidad de amarlo que una de sus más grandes experiencias es la aspiración a la santidad.
2. Reparación y desagravio: en la medida que el adorador goza de la intimidad espiritual con su Salvador, desea purgar por los pecados propios, reparar por los ajenos, y desagraviarlo por tanto pecado, profanación, sacrilegio, desamor, burla e indiferencia con los cuales se le ofende en la Santa Eucaristía.
3. Transformación: el adorador debe permitir que la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía transforme su corazón y cambie radicalmente su vida en mansedumbre y humildad. Jesús nos va transfigurando en Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt. 11,29)
4. Salvación: otra sublime misión de la adoración al Sacramento del Amor consiste en que no solo debe ayudar en la salvación del alma del adorador, sino que la oración dirigida al Dios único y verdadero debe servir también como instrumento de intercesión para la conversión y salvación de otras almas.
5. Restauración: adorar a Jesús es conocer el infinito amor que siente por cada uno de nosotros. Ello nos debe servir para sanar nuestras heridas, liberarnos de la esclavitud del pecado y de las idolatrías del mundo, cambiarnos interiormente, y restaurar la dignidad caída por el egoísmo.

b. Frutos parroquiales: Algunos de los sacerdotes que han permitido que en sus parroquias se realice periódicamente la adoración eucarística de las postraciones dan testimonio, al igual que muchos de sus feligreses, que, además de conservar la doctrina tradicional de la santa Iglesia, también obtienen frutos externos impresionantes, que han servido para recuperar la identidad católica, a través de su práctica periódica. Dentro de estos frutos espirituales podemos citar los siguientes:

1. Catequesis de evangelización acerca de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Santa Eucaristía.
2. El aumento significativo de las confesiones, especialmente en personas que tenían varios años alejadas de la Iglesia.
3. Manifestación de algunos jóvenes de sus deseos de hacerse sacerdotes.
4. Interés del clero y de los laicos de formarse mejor acerca de la Eucaristía y del culto de adoración a este Santísimo Sacramento.
5. Aumento del fervor de la feligresía.
6. Incremento en la asistencia y en la frecuencia de los sacramentos.
7. Aumento en la oración destinada a que las demás religiones reconozcan que solo en la Iglesia Católica puede darse un verdadero ecumenismo, dada la presencia real del Dios único, Creador de todas las cosas, en la santa Eucaristía. Solo así sería posible el anhelo del hombre de tener un solo rebaño con un solo pastor (cf. Jn 10,16)
8. Aumento de la oración por la salvación de todas las almas (“salus animarum”), único fin de la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo, quien desea ardorosamente arrancarlas de las garras de Satanás, especialmente en esta época de tanta confusión en el mundo.

12. PROPUESTA PASTORAL A LAS PARROQUIAS:

Somos uno más de los grupos eclesiales que, junto a las parroquias, queremos promocionar la adoración eucarística, preferentemente comunitaria. En efecto, quienes practicamos y damos a conocer esta devoción sólo cumplimos la ardiente recomendación (n. 67) del papa Benedicto XVI quien, en su Carta Encíclica Sacramentum Caritatis (n. 68) invita a los fieles a encontrar personalmente tiempo para estar en oración ante el Santísimo Sacramento del altar, y pide a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración comunitaria.

Nuestra propuesta en la actividad pastoral parroquial es despertar y acrecentar en los creyentes la fe eucarística, promover la adoración eucarística comunitaria, conservar la dignidad de los actos de culto latréutico a Jesús Sacramentado, animar a una solidaridad efectiva que, partiendo primero de la celebración eucarística, y pasando luego por la adoración eucarística, llegue a los más pobres.

Finalmente, queremos poner en los corazones las palabras del escritor sagrado quien, en diversos pasajes bíblicos, expresó su anhelo profético de que el único Dios verdadero sea adorado por sus hijos postrados en todos los rincones de la tierra (cf. Sal. 72,11; Sal. 89,6; Ap. 14,5). En consecuencia, dejamos plasmado nuestro más profundo deseo de que la devoción de la adoración eucarística de las seis postraciones llegue a todos los rincones de la tierra para que Nuestro Señor Jesucristo sea amado, alabado y adorado en su presencia viva, real y amorosa en la Santa Eucaristía, para la mayor gloria de Dios, para la conversión de los pecadores, y para la salvación de las almas.

 

 

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